No olvido aquellas palabras. Rebotan en mi cabeza. Como una pelota rebota en el suelo a causa de la energía de un niño. Un niño feliz que juega alegre. Ríe, alegre. Mientras yo me hundo. Ahogado en la desesperación. Hablando con mis memorias. Gritando a mis recuerdos. Enojado conmigo mismo.
Su recuerdo aun me pone feliz. Sonrió. Mi rostro sonríe. Mis labios se forman en una sonrisa. Rio. Ahora yo también rio. Mientras me inunda la nostalgia. Razono fríamente. Delicadamente, razono. Me doy cuenta de mi situación. No es agradable.
No quiero esto. Tampoco estar aquí. ¿Por qué no acaba? Recuerdo su cara. Me hipnotiza la imagen de su bello rostro. Danzando en mi cerebro. Dando saltos. Pintándolo todo. Toda ella, abrazándome. Sonriendo. Mirándome. Con esos ojos que me pierden. Mientras los míos se humedecen. Mientras mi boca tiembla. Mientras forzó una mirada fuerte.
Recordar no me sienta bien. Trato de no pensar. Comienza el proceso. El aire se fuga rápidamente. La cámara de descompresión es un lugar que te obliga a reflexionar. Cuatro blancas paredes que exprimen tu pensamiento. Aseguro mi casco color naranja. Enciendo el flujo de oxigeno. Respiro hondo. Uno solo usa este traje para dos cosas en su vida. Ninguna es gratificante. Ser expulsado de la estación. Y para despedir a alguien.
Una cámara en el techo me observa. Vigila mi comportamiento. Me impide enloquecer. Me ayuda. La compuerta al fin se abre. Comienzo la caminata. Camino por ese largo túnel plástico. Ese túnel que transparenta la imagen fría del exterior. Aunque no parece mas inerte que la del interior de la estación.
Aquellas palabras golpean mi pensamiento nuevamente. Una lágrima se me escapa. Recuerdo perfectamente cada palabra. Las palabras del doctor. Aquellas que me atormentan. – ¡De verdad lo siento! – ¡De verdad lo siento! – ¡Su enfermedad la ha matado! …
Me tiemblan las piernas. Mis pasos son frágiles. La gravedad simulada me parece tan pesada. Aquella expresión forzada en mi rostro se vence.
Salen más lágrimas. Mi rostro se descompone. La agonía me corroe. Su cuerpo pesa. Alzado en mis brazos. Escoltado por mi. Yaciendo dentro de esa amarilla bolsa fúnebre. La abrazo. Ahora yo la abrazo. Vuelve. Despierta. Píntalo todo nuevamente.
Me repongo. Aprieto los labios. Sigo caminando. Salgo al fin del túnel. Piso ese arenoso suelo lunar. Ya no hay gravedad. Me encamino hacia el disparador de capsulas. Recuesto su cuerpo en la capsula lista para disparar. Observo la bolsa amarilla. La imagino tan hermosa. La imagino dentro de esa bolsa. El dolor me golpea. Mientras la capsula se sella.
Sale disparada. Volara hasta la Tierra. Ese planeta convertido literalmente en un cementerio. El llanto me vence. Me despido, adiós hermosa mía. Adiós luz que aun me ilumina. Pero sin embargo ya no me pinta. Adiós hija mia.
Su recuerdo aun me pone feliz. Sonrió. Mi rostro sonríe. Mis labios se forman en una sonrisa. Rio. Ahora yo también rio. Mientras me inunda la nostalgia. Razono fríamente. Delicadamente, razono. Me doy cuenta de mi situación. No es agradable.
No quiero esto. Tampoco estar aquí. ¿Por qué no acaba? Recuerdo su cara. Me hipnotiza la imagen de su bello rostro. Danzando en mi cerebro. Dando saltos. Pintándolo todo. Toda ella, abrazándome. Sonriendo. Mirándome. Con esos ojos que me pierden. Mientras los míos se humedecen. Mientras mi boca tiembla. Mientras forzó una mirada fuerte.
Recordar no me sienta bien. Trato de no pensar. Comienza el proceso. El aire se fuga rápidamente. La cámara de descompresión es un lugar que te obliga a reflexionar. Cuatro blancas paredes que exprimen tu pensamiento. Aseguro mi casco color naranja. Enciendo el flujo de oxigeno. Respiro hondo. Uno solo usa este traje para dos cosas en su vida. Ninguna es gratificante. Ser expulsado de la estación. Y para despedir a alguien.
Una cámara en el techo me observa. Vigila mi comportamiento. Me impide enloquecer. Me ayuda. La compuerta al fin se abre. Comienzo la caminata. Camino por ese largo túnel plástico. Ese túnel que transparenta la imagen fría del exterior. Aunque no parece mas inerte que la del interior de la estación.
Aquellas palabras golpean mi pensamiento nuevamente. Una lágrima se me escapa. Recuerdo perfectamente cada palabra. Las palabras del doctor. Aquellas que me atormentan. – ¡De verdad lo siento! – ¡De verdad lo siento! – ¡Su enfermedad la ha matado! …
Me tiemblan las piernas. Mis pasos son frágiles. La gravedad simulada me parece tan pesada. Aquella expresión forzada en mi rostro se vence.
Salen más lágrimas. Mi rostro se descompone. La agonía me corroe. Su cuerpo pesa. Alzado en mis brazos. Escoltado por mi. Yaciendo dentro de esa amarilla bolsa fúnebre. La abrazo. Ahora yo la abrazo. Vuelve. Despierta. Píntalo todo nuevamente.
Me repongo. Aprieto los labios. Sigo caminando. Salgo al fin del túnel. Piso ese arenoso suelo lunar. Ya no hay gravedad. Me encamino hacia el disparador de capsulas. Recuesto su cuerpo en la capsula lista para disparar. Observo la bolsa amarilla. La imagino tan hermosa. La imagino dentro de esa bolsa. El dolor me golpea. Mientras la capsula se sella.
Sale disparada. Volara hasta la Tierra. Ese planeta convertido literalmente en un cementerio. El llanto me vence. Me despido, adiós hermosa mía. Adiós luz que aun me ilumina. Pero sin embargo ya no me pinta. Adiós hija mia.